En nuestro entorno empresarial, donde es imposible lograr los objetivos sin participar y cooperar con otros, generar confianza es clave. Y para ello, es básica la integridad.
En el informe de la consultora inglesa Maitlan sobre los valores de las principales compañías de Reino Unido en 2015, se destacaba que excepto 17 empresas del FT100 (una selección de las 100 mayores empresas británicas), todas mostraban en su página web los valores de la compañía y, dentro de los valores incluidos, la integridad era el que más veces estaba referido en sus comunicaciones (el 35% de las empresas lo incluían), seguido por el respeto (29%) y la innovación (24%).
A partir de estos datos, nos podemos preguntar sobre las razones de la utilización de la integridad como valor de la empresa y si tiene algún tipo de impacto sobre el comportamiento de sus empleados y directivos.
La definición de integridad proporcionada por la Real Academia Española (RAE) no es muy inspiradora, ya que refiere integridad a la “cualidad de íntegro”, que en su segunda acepción indica:
“Íntegro: Dicho de una persona: Recta, proba, intachable”
Aunque este significado puede ser compartido por la mayoría de las personas a las que se les sugiere la definición, hay zonas grises cuando lo aplicamos en la práctica, ya que algunos comportamientos pueden ser considerados como íntegros por unas personas y por otras no.
Para tratar de precisar un poco más el concepto, vamos a partir desde una visión generalizada de la definición de íntegro, que lo resume en: aquella persona que “dice lo que piensa”, enfrentándola a otra visión de íntegro como aquél que “no esconde nada”. La diferencia entre estas dos visiones radica en el silencio: ¿es necesario expresar lo que se piensa en todas las circunstancias? Las personas que lo consideran necesario, probablemente, en algunas ocasiones pueden ser consideradas groseras y, por tanto, perder parte de la ponderación positiva que tiene la condición de íntegro en la sociedad. ¿Cuándo y cómo es necesario decir lo que se piensa?
Traslademos estas deliberaciones al entorno empresarial.
¿Ser íntegro es un comportamiento racional para un empleado en todas las ocasiones? Si consideramos como racional aquel comportamiento que busca la maximización del interés del que actúa, en principio, podríamos decir que no es un comportamiento racional siempre, ya que ocultar una opinión o silenciar un dato en un debate puede posicionarle mejor para sus intereses. Teniendo en cuenta que el sistema de mercado en el que vivimos parte del comportamiento racional del individuo, podríamos deducir que si no es racional, ese comportamiento no se producirá en las relaciones empresariales.
Sin embargo, si introducimos el factor tiempo a la hora de considerar “el propio interés” y lo consideramos desde una perspectiva temporal más amplia, el término “racional” puede ser más próximo al concepto de razonable. Es decir, que el propio interés puede incluir la necesidad de cooperar -sin alcanzar a corto plazo una ventaja en ello- para alcanzar una mayor utilidad en el futuro. Entonces, la integridad sí puede ser el resultado de un comportamiento razonable.
Apliquemos estos comentarios a una situación muy usual en la empresa: cuando varias personas se tienen que coordinar para lograr los objetivos de la organización.
En este caso, un directivo puede dudar en una reunión del comité ejecutivo a la hora de expresar aquellos aspectos que conoce y que pueden condicionar la decisión que se tome. Al ser una decisión que tendrá implicaciones en el futuro, generalmente no se sabe con seguridad cómo se desarrollarán los acontecimientos, ya que el resultado puede estar más condicionado por otro aspecto no considerado en el debate. Si la integridad es un valor en la compañía, el que tiene una opinión fundada sobre las circunstancias que pueden afectar al resultado, debería expresarla. ¿Es muy heroica esta suposición?
Si en la cultura de la empresa la integridad es un valor que influye en el comportamiento de las personas que trabajan en ella, callarse puede ser un riesgo de difícil valoración, si el tema que ha omitido posteriormente se evidencia como un aspecto clave en el desarrollo negativo de los resultados. Si es bastante evidente suponer que era un aspecto que el que se ha callado debería conocer por su responsabilidad profesional, es presumible que, a corto plazo, no vaya a suponer la expulsión vergonzante de la empresa; sin embargo, su reputación profesional habrá quedado afectada y en un medio plazo se encontrará con reticencias de las personas que directamente lo han percibido a la hora de futuras colaboraciones y, lo que es peor, su imagen quedará asociada a unos estereotipos de desconfianza que le dificultarán futuras promociones y que personas que se han enterado indirectamente también sentirán desconfianza ante solicitudes o comentarios profesionales.
En definitiva, en situaciones grises los valores no afectan fulminantemente, pero condicionan las relaciones personales con otras personas de la empresa que valoran la integridad y que consideran que es la “manera adecuada” de comportarse.
En un entorno empresarial como el actual, donde no es posible lograr los objetivos sin la participación y cooperación de otros departamentos, ser considerado íntegro es muy ventajoso para lograr los objetivos personales, aunque a veces suponga un tropiezo por “tirar piedras contra tu propio tejado”, porque se genera confianza sobre las intenciones con las que se hacen las observaciones en un comité de dirección.
Joaquín Garralda. Profesor. IE Business School