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“Mayas. El enigma de las ciudades perdidas” / MARQ / Alicante

2017-06-27 361 Vistas

Hasta enero 2018

La exposición nos sumerge en la selva, cuna de la cultura maya. Ahí aparecen los inmensos templos y palacios. Como testigos mudos de una civilización perdida, las ciudades aún guardan muchos misterios sin resolver entre sus muros. Los mayas habitaron un territorio que cubría el sureste de Méjico, Guatemala y el occidente de Honduras y El Salvador, ocupando toda la península de Yucatán. Alcanzó su máximo desarrollo durante el primer milenio antes de nuestra era, cuando los reyes son convertidos en divinidades y gobiernan ciudades como Tikal, Palenque, Copán o Calakmul.

La creación del mundo maya

El Popol Vuh recoge el mito de la creación. Cuando no había nada más que silencio y vacío, los dioses, ocultos en el océano profundo, se reunieron un día y llenaron la tierra de montañas, valles, ríos y lagos. Pronunciando su nombre, crearon a los animales que son los guardianes de bosques y montañas.

En la primera sala nos sorprende la arquitectura monumental de las pirámides evocadas en el montaje, y nos asombra que se puedan descifrar los secretos de una escritura jeroglífica dispuesta en estelas, dinteles, altares o en preciosos recipientes de cerámica.

La cultura maya es compleja. Su economía se sustenta en la agricultura y el comercio, realizado a golpe de porteador. En las milpas, o huertos cercanos a las viviendas, se cultiva con una técnica propia la calabaza, el frijol y el maíz, producto este tan esencial que es evocado en su deidad principal, el Dios el Maíz. Para el abastecimiento del agua en la temporada seca, realizaron eficaces construcciones hidráulicas.  El cacao alcanzó un valor especial, en sus celebraciones y también como elemento de intercambio. La vida se regía por la exactitud de sus calendarios, basados en un conocimiento matemático y astronómico excepcional.

Esplendor y colapso de la cultura maya

Las “bóvedas” caracterizan el interior del templo maya. De su estructura se basa este segundo gran ambiente, donde se aborda el apogeo de la cultura en el llamado Periodo Clásico, con el desarrollo de grandes de ciudades como Tikal y Calakmul, sus monumentales palacios, la importancia del rey divinizado y su corte de nobles, escribas, músicos y sirvientes.

Los soberanos llegarán a dividir el territorio rivalizando en riqueza y poder, llevando a cabo alianzas y guerras. Las representaciones sobre los dioses y sus ritos, demuestran la importancia de un mundo simbólico compuesto por numerosas deidades a las que se adoraba mediante rituales, que incluían ofrendas, danzas e incluso sacrificios de sangre. Entre el 800 y 1000, la edad de oro de esta gran cultura llegó a su fin. Las sucesivas guerras y el aumento de las sequías llevaron al colapso de la sociedad, con el abandono de las ciudades. La cultura maya continuará bajo nuevas formas. En el periodo Postclásico urbes como Chichen Itzá y Mayapán serán importantes centros comerciales.

Los hombres y mujeres del maíz

Tras los animales, los dioses crearon a los primeros seres humanos a partir del maíz. El cielo con el azul característico de la cultura maya y los volúmenes de sus construcciones, cubren el ambiente de la tercera sala. Es el turno de la contemplación de las grandes realizaciones pétreas: estelas, paneles y esculturas monumentales, y de acercarse a las profundas creencias de aquella cultura a partir de la comprensión de las pinturas de San Bartolo.

La escultura monumental del hombre con atributos de jaguar, emulando la postura de acecho del felino, anticipa la contemplación de distintas escenas recogidas en impresionantes estelas, como rituales de Ceibal, o de Dos Pilas que muestra al joven Rey en pleno ritual de sacrifico de sangre. El poder del soberano se hace ver en los atributos que caracterizan al de Calakmul y Machaquilá. El rey jugador de pelota, y el de Lacanha como Dios del Maíz, advierten de la enorme importancia del soberano en el universo social maya, imágenes que contrastan con la de un cautivo atado, de rodillas y despojado de su estatus, a punto de ser sacrificado, ejemplo y propaganda de la victoria en batalla.