Cultura de negocios
¿A qué velocidad llega el futuro?
Las evidencias sobre el futuro se acumulan: para responder a la emergencia climática, debemos poner fin al uso de tecnologías y sistemas de producción obsoletos, dar paso a otras más eficientes y limpias, y rediseñar la economía. El problema es tecnológico. Las tecnologías que nos hicieron más sanos, ricos y longevos deben ser sustituidas necesariamente por otras, ya disponibles y centradas en la sostenibilidad. Sin embargo, ¿cómo cambiar un sistema considerado exitoso? ¿Cómo acelerar una transición necesaria que claramente va demasiado lenta?
En un mundo en el que ya solo los ignorantes, los creyentes en teorías de la conspiración y los simplemente idiotas niegan una emergencia climática que ha sido ya declarada por cientos de gobiernos en todo el mundo, debemos plantearnos qué es lo que estamos haciendo mal.
Las tecnologías que nos hicieron más sanos, ricos y longevos deben ser sustituidas necesariamente por otras, ya disponibles y centradas en la sostenibilidad.
La respuesta es tan clara como deprimente: el responsable directo de que no hagamos prácticamente nada y de que la necesaria transición hacia sistemas limpios y renovables vaya tan pasmosamente lenta es, ni más ni menos, que nuestro sistema económico: un capitalismo neoliberal que, a fuerza de retorcer y malinterpretar a profetas como Adam Smith o Milton Friedman, se inmoló y dio lugar a un esquema completamente insostenible, caracterizado por una desigualdad creciente y por una ausencia total de corresponsabilidad.
Sin embargo, en este éxito, sin duda, reside también el principal problema: no hay nada más difícil que cambiar un sistema que funciona bien. Y, en su encarnación actual, nuestro sistema económico no solo es obsoleto, sino que también nos aboca a una crisis capaz de amenazar la mismísima existencia y viabilidad de la civilización humana sobre nuestro planeta.
Nada cambiará realmente si no cambiamos nuestro sistema económico.
Podemos hablar de inequidad fiscal, de irresponsabilidad medioambiental o incluso de barbaridades humanitarias, cuando el verdadero problema es un sistema económico que santifica la soberanía de los países, que propone además métricas tan banales, superficiales y absurdas como el producto interior bruto (que, como bien decía Robert Kennedy, “mide todo menos lo que vale la pena medir”) o la creación de puestos de trabajo (¿qué haremos cuando una creciente cantidad de trabajos simplemente no sean necesarios?), en la que, además, no existe ningún tipo de organismo central en disposición de ejercer una autoridad real. Si analizamos las últimas conferencias mundiales sobre el clima, sus conclusiones son a cuál más decepcionante y la ausencia de medidas reales y efectivas prueba claramente el hecho de que la mayoría de los asistentes acuden a regañadientes y que mienten más que hablan, cuando no dicen tonterías, y que quien las organiza, además, no tiene dientes para hacer cumplir ningún tipo de disciplina.
Sin embargo, no, no son imposibles. Primero, porque debemos tener en cuenta el impacto de una generación de ciudadanos mejor informados, menos descreídos con respecto a la ciencia y más concienciados para votar con sus patrones de consumo, con sus acciones y con su compromiso. Necesitamos muchas más Gretas, muchos más líderes decididos a lo que sea para provocar el cambio. Y, segundo, porque quien edita esta revista es una institución educativa y la educación tiene un importantísimo efecto multiplicador. Dejemos de transmitir conocimientos anticuados y participemos en el desarrollo y en la aceleración de un cambio en el que nos jugamos mucho. Todos.
Fuente: www.ie.edu/insights/es/articulos/a-que-velocidad-llega-el-futuro